jueves, 22 de agosto de 2013

VILLARDOMPARDO EN EL CORAZÓN

Pregón de las Fiestas de la Juventud de 2013
por
José Torres-Domínguez

Quiero saludar en primer lugar a todos los presentes: villariegos, villariegas, mi pueblo, mi familia, mi gente, y a todos los que compartís con nosotros estos dias de fiesta y de reencuentro: buenas tardes y bienvenidos.
En segundo lugar debo agradecer al Alcalde y Corporación Municipal de Villardompardo el inmerecido honor de pregonar las Fiestas de la Juventud de 2013. De todos los méritos que se me quieran atribuir para ello me basta con uno solo que es para mí el más importante: haber tenido la dicha de nacer en este pueblo donde mi familia hunde sus raíces desde hace muchas generaciones y al que he querido entrañablemente durante toda mi vida.
Quisiera por eso que este pregón fuera sobre todo una declaración de amor a mi pueblo y también un homenaje especialísimo a los hijos e hijas del Villar que, como yo, fuimos arrancados de nuestra tierra y condenados a quererla y a vivirla a distancia.
El  5 de mayo de 1960 abandoné Villardompardo con mi familia rumbo a Barcelona. Tenía siete años. Los suficientes para llevarme grabadas en mi corta memoria un montón de vivencias que formaron un vínculo indestructible con mi pueblo, alimentadas más tarde con las estancias veraniegas. Me llevé el recuerdo de los ratos de trilla en la era con mi padre y mi hermano,  de las noches durmiendo al raso en los melonares, de los viajes al pilar, a lomos de mulo y de los juegos, mientras mi madre lavaba en el lavadero municipal. Entonces no había agua en las casas y los viajes al pilar eran una pesada rutina que no podíamos eludir. Me llevé el recuerdo del bullicio y los chascarrillos en la tienda de mi abuelo José Domínguez, donde siempre encontraba un montón de cachivaches para jugar y disfrutaba, en la época de la matanza, del trasiego de la preparación de salazones y embutidos. Esas y muchas otras evocaciones gozosas de felicidad infantil de aquellos primeros años de mi vida que transcurrieron en mi pueblo, fueron el equipaje con el que hice frente a una nueva etapa de mi existencia lejos de mi tierra, la tierra de mis padres, de mis abuelos, de mis antepasados. A esos recuerdos dichosos tuve que añadir entonces el del amargo día de la despedida: las lágrimas de mi familia, el adiós a nuestra casa y a nuestra gente.
Formo parte de los más de dos millones de andaluces que en los años sesenta se desparramaron por España y por Europa buscando una vida mejor pero a costa de pagar el altísimo precio del desarraigo. Tuvimos que cambiar nuestras casas blancas por bloques  ennegrecidos, nuestro paisaje luminoso por los muros inmisericordes del hormigón, el brillante empedrado de nuestras calles por el asfalto o el barrizal. Pocas familias habrá en el Villar que no tengan alguna rama en Barcelona, en Madrid, en Bilbao, en Valencia o quién sabe dónde. Perdidos en ciudades extrañas, lejos de la gente y de las cosas que amábamos, los emigrantes tuvimos que aprender a sobrevivir, pero nos empeñamos en conservar todo lo que pudiera mantenernos unidos a nuestra tierra. Fueron años muy duros, de trabajos y de ausencias. El bienestar conseguido no se nos dio gratis y hubiésemos preferido encontrar en nuestra tierra las oportunidades que tuvimos que buscar en tierras extrañas.
Intentábamos mitigar las ausencias visitando a los conocidos y parientes que habían emigrado como nosotros. Todos los domingos empezaban en mi casa de la misma manera: mi padre ponía muy de mañana la radio para escuchar un programa llamado “Andalucía en Cataluña” en el que ponían, sobre todo, flamenco. Después o a veces por la tarde, tocaba visitar a los paisanos que vivían en los barrios de Barcelona o en los pueblos de los alrededores. A mí, un niño de pocos años me parecía entonces que había villariegos en todas partes y que mi pueblo tenía que haber contado en algún momento con una población numerosísima, porque las visitas no se terminaban nunca. Yo escuchaba atentamente las conversaciones de los mayores sobre la vida y milagros de personas del pueblo y aquellas historias y aquellos nombres me parecían las aventuras y los personajes de una novela apasionante.  Así fue como Villardompardo siguió formando parte de mi vida y así me aficioné a la música de mi tierra. No tardé en darme cuenta de que, en realidad, nos habíamos llevado el Villar con nosotros: nuestras costumbres, los giros de nuestra habla, nuestras comidas … seguían siendo villariegas, y villariego fue siempre el hogar en el que me crié, aunque estuviese a mil kilómetros de aquí.
Recuerdo que en las celebraciones solían poner en el tocadiscos una canción que se llamaba “Hay quién dice de Jaén” : la cantaban Luisa Linares y los Galindos y terminaba con un vibrante “¡Viva Jaén!” que coreábamos todos. Esa copla fue para nosotros casi un himno hasta que un día  -creo que de 1968-, en un programa de televisión, un cantante llamado Paco Ibáñez, cantó el poema de Miguel Hernández “Aceituneros”. Recuerdo perfectamente el silencio que se hizo en la casa, los ojos humedecidos y una emoción casi sólida en el ambiente mientras bebíamos cada palabra:

Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién,
quién levantó los olivos?

No los levantó la nada,
ni el dinero, ni el señor,
sino la tierra callada,
el trabajo y el sudor.

                            Unidos al agua pura
                            y a los planetas unidos,
                            los tres dieron la hermosura
                            de los troncos retorcidos.

                            ¡Cuantos siglos de aceituna,
                            los pies y las manos presos,
                            sol a sol y luna a luna,
                            pesan sobre vuestros huesos!

                            Jaén, levántate brava
                            sobre tus piedras lunares,
                            no vayas a ser esclava
                            con todos tus olivares.

Creo que fue ese día, ya con quince años, cuando tuve perfecta conciencia de que no solo era un “andaluz de Jaén”  sino de que no iba a dejar de serlo nunca, estuviera donde estuviese. Quise ser para siempre uno de esos “aceituneros altivos” a los que cantaba Paco Ibáñez y en los que podía yo reconocer a mi familia y a mi pueblo.
         Desde ese momento, mi interés por el Villar no hizo más que crecer. Buscaba y recogía cualquier información en la biblioteca y  preguntaba a mis mayores sin descanso. ¿Cuál era la historia de mi pueblo? ¿Tenía escudo o no tenía? ¡Qué desesperación cuando me encontraba con el vacío y la ignorancia, habituales en aquel tiempo! ¡Y qué rabia cuando me topaba con mapas escolares en los que no figuraba mi pueblo, como si no existiera más que en mi corazón adolescente!. Pero nunca dejé de buscar. Aprender cosas sobre mi tierra fue una forma más de mantenerme unido a ella.
A esas alturas, además, mi familia podía permitirse ya pasar cada verano unos días en nuestro pueblo y empezamos a venir todos los años. Como el resto de los dos millones largos de emigrantes andaluces, yo viví aquellos vagones hacinados donde nos amontonaban como ganado, sin orden ni concierto. Viví las muchedumbres apelotonadas en las estaciones de ferrocarril donde mi gente, llorosa y desconcertada, empuñaba sus pobres maletas de cartón o de madera para afrontar unos viajes interminables que agrandaban las distancias y convertían en un calvario el camino que nos unía con nuestra tierra. Con razón decían entonces que “de Andalucía se sale llorando y se entra llorando”.
Los veranos eran para nosotros la ilusión que iluminaba el resto del año. Era el reencuentro con todo lo que amábamos: la familia, los amigos, los paisajes y rincones entrañables, los ruídos, los olores que nos despertaban cada día recordándonos que estábamos de nuevo en nuestro pueblo. Resuenan todavía en mi memoria las pisadas de las bestias sobre el empedrado de las calles al clarear el día y puedo oler el aroma de los jazmines en las moñas que lucían las mujeres. ¡Qué felices éramos disfrutando de aquellos paréntesis en los que volvíamos a estar con nuestra gente!. No puedo olvidar tampoco la despedida al final de cada verano y el nudo en la garganta cuando enfilábamos la Calle Larga dejando atrás de nuevo nuestro pueblo. Como si se tratara de una condena, cada año teníamos que repetir el triste adiós, como la primera vez, para pagar la dicha de aquel regreso provisional que eran las vacaciones.
Los veranos eran también la toma de contacto con la propia evolución del Villar: los cambios, las reformas…. El pueblo que encontrábamos cada año iba diferenciándose del que habíamos dejado tiempo atrás. Llegó el agua por fin y el empedrado de las calles se quedó olvidado bajo la capa de hormigón que demandaban los coches. Mejoró el alumbrado público pero empalideció aquel cielo tachonado de estrellas que parecían al alcance de la mano. El progreso, sin duda necesario, es a veces despiadado. Yo sufría por nuestros viejos edificios amenazados por una idea de la modernidad, a veces exagerada y ciega, que ha puesto en peligro o se ha llevado por delante parte de nuestro patrimonio histórico. Fotografié una y otra vez el castillo, la iglesia, las ermitas, el pilar, los paisajes y rincones que luego podía evocar cuando estaba lejos. Otra forma más de “vivir el Villar” y de ejercer de “villariego a distancia”.
Seguía empeñado en saber más sobre mi pueblo y llenar poco a poco el inmenso vacío que había respecto a su historia y respecto a sus símbolos. Fruto de ese empeño fue la recuperación del escudo condal como Escudo Municipal de Villardompardo y una somera aproximación histórica que entregué en el Ayuntamiento. No era mucho, pero era el principio de una tarea hoy felizmente continuada por otros villariegos, con más acierto sin duda y con el mismo cariño hacia lo nuestro.
Y tanto va el cántaro a la fuente… que en uno de esos veraneos de emigrante fue en mi pueblo donde me enamoré y fue de otra “villariega a distancia” : la que hoy es mi mujer. Y el Villar a partir de ese momento fue más que nunca mi “Tierra Prometida”  donde no solo encontraba mis raíces, sino donde también soñaba mi futuro. Juntos iniciamos un camino de regreso que aún no ha terminado del todo. Aquí nos casamos y aquí hemos seguido viniendo siempre que hemos podido. He tenido la dicha de ver jugar a mis hijos en los mismos lugares donde había jugado yo en mi niñez y de compartir también con ellos el reencuentro de cada verano con nuestro pueblo y con nuestra gente.
Soy pues un emigrante, uno de los villariegos que tuvo que crecer lejos del solar de sus mayores pero que nunca lo perdió del todo y nunca renunció a él. Aquí, después de años de ausencia, quisieron reposar mis padres y mi hermano en un último gesto de amor a nuestro pueblo. La casa que fue de mis abuelos es hoy mi casa, la meta que culmina la historia de este andaluz de Jaén, de este giennense de Villardompardo que nunca quiso dejar de serlo dondequiera que estuviese. En mi casa villariega guardo como un tesoro los baúles con los que mi abuelo José Domínguez, también emigrante en su juventud, regresó de América en 1915. Junto a ellos conservo los aperos de labranza de mi abuelo Manuel Torres, las aguaderas, las narrias… para que me recuerden hasta el fin de mis días que pertenezco a una estirpe de labradores y de emigrantes que son la sal de esta tierra, mi tierra.
Afortunadamente ya no tengo que conformarme con “vivir el Villar” sólo los veranos. Me he acostumbrado a celebrar aquí con mi familia cada momento importante y sigo con ilusión todo lo que se hace para mejorar el pueblo y recuperar su historia y su patrimonio. Trabajar por Villardompardo en lo que yo sé y puedo hacer sigue siendo para mí la mayor satisfacción. Pero, aunque ya suelo pasar aquí casi tantos dias como fuera de aquí, me sigo sintiendo estrechamente unido a los villariegos y villariegas emigrantes que  vuelven en el mes de agosto a nuestro pueblo para “cargar las pilas” ,como se dice ahora, y disfrutar de las Fiestas de la Juventud.
Desde su creación hace unos años, las Fiestas de la Juventud han añadido alegría a los veranos de regresos y reencuentros familiares. Ha sido como regalarnos a los que vivíamos fuera de Villardompardo una muestra de las celebraciones que nos teníamos que perder durante el resto del año. Se llaman Fiestas de la Juventud pero han estado íntimamente unidas desde su origen al momento gozoso del reencuentro cada año de las familias, de los amigos, de los paisanos. En estos días de agosto, nuestro pueblo, como una madre feliz, recupera a muchos de sus hijos e hijas diseminados por todas partes. Son días felices para todos.
Me alegra mucho que se me haya encomendado darles inicio este año con este pregón y presentar la bandera que propuse para nuestro municipio. Más que creador de la misma, he actuado como descubridor, puesto que me he limitado a aprovechar el escudo tradicional del Condado de Villardompardo, que tiene los años suficientes como para hacerse valer también como bandera. Espero que guste a mis paisanos y que nos una a todos y a todas en la maravillosa empresa de querer y mejorar nuestro pueblo.
Y es la hora ya de que este pregonero deje paso a la fiesta. Permitidme que lo haga evocando las últimas fiestas de mi infancia aquí, con su sencillo sabor a gaseosa y garbanzos tostados ofrecidos con maestría por aquel pregonero entrañable que fue Manuel Fernández Martos, “Manolillo”. Puedo recordar a mi hermano adolescente en las carreras de bicicletas intentando ensartar una cinta y puedo recordar también a mis padres bailando un pasadoble mientras yo devoraba mis garbanzos tostados sintiendo, en la plenitud inocente de mis seis años, que la vida era maravillosa y que mi pueblo era el Paraiso.
¡Vivan las Fiestas de la Juventud de 2013!


¡Viva Villardompardo!.

miércoles, 14 de agosto de 2013


He tenido grandes dificultades para subir este capítulo al blog, y aún así, sin saber el motivo, no consigo uniformar la letra, por eso las hay de diferentes estilos y tamaños, os pido disculpas.
2ª FASE DEL CATASTRO DEL M. ENSENADA. ENTREVISTAS INDIVIDUALES. CAPÍTULO VIII

VECINDARIO DE VILLARDOMPARDO 1751

El listado anterior se terminó de elaborar el 26 de Agosto de 1751, y a partir del 1 de Octubre se fueron realizando las entrevistas individuales. Primero a los LEGOS, es decir, todos aquellos cabezas de familia que poseían algún bien y que vivían en Villardompardo, incluidos el conde y  el concejo. Posteriormente se tomó declaración a los forasteros con bienes en esta localidad o su término. Después, en un libro aparte, se tomó declaración a todos los ECLESIÁSTICOS e instituciones religiosas que poseían bienes en el pueblo.
Sería imposible transcribir aquí todas las entrevistas individuales, sólo haremos un breve resumen que nos dé idea de cómo era la sociedad y la economía en aquel pequeño pueblo.

1.- DECLARACIÓN DE LEGOS. POBLACIÓN

 Villardompardo tenía en 1751 un total de 387 habitantes, agrupados en 114 familias (lo que se llamaba en aquellos tiempos “vecinos”). Aquí hemos incluido las tres familias de eclesiásticos que vivían en el pueblo: el prior, el sacristán mayor y el menor (los tres últimos del listado anterior).
    En las declaraciones individuales realizadas en aquel otoño, sólo lo hacían aquellos/as cabezas de familia que poseían algo, por insignificante que fuese. Se declaraban parcelas de tierra, producción, casas, arrendamientos, ganado, y sueldos percibidos por cualquier cargo u oficio realizado en el municipio.
    De  los 114 vecinos, 18 no declaran, así que debemos entender que no poseían absolutamente nada, aunque sí aparecen en el listado anterior.
    Respecto a los apellidos, diremos que 71 vecinos llevaban los mismos que existen en la actualidad, pero con ésto no se puede afirmar que sean sus antepasados. Por ejemplo, es seguro que el apellido “Quesada” del nº 65, no es antepasado de las familias que lo poseen en la actualidad, ya que éstas proceden de un mismo antecesor que llegó al pueblo en la segunda mitad del siglo XIX. Tengo mis dudas sobre el apellido “Gai” (Gay  actual) del nº 54 ya que no tiene hijos y es viudo, aunque puede que se casara en segundas nupcias o bien vinieran familiares suyos de otro lugar (caso más probable), porque unos años más tarde ya aparecen varias personas con dicho apellido y todos varones, así que podría estar relacionado con las personas que hoy lo llevan, ya hablaremos de ello. Apellidos como Perea o Calvache, tan abundantes en la localidad, aún no han aparecido, pero faltará muy poco.

Estado civil de la población
De los 114 vecinos:
- 39 aparecen como viudos/as, algunos vivían solos/as, pero la mayoría convivían con sus hijos y otros familiares. Muchos eran jóvenes porque sus hijos eran de corta edad.
- 13 solteros/as, que también podían vivir solos o con hermanos o sobrinos menores a los que mantenían.
- 62 casados. Casi todos tenían hijos.

- En 83 hogares aparecen hijos, hermanos o sobrinos conviviendo, ya sea con sus dos padres, con viudos/as o con hermanos mayores. En total hay alrededor de 180 hijos, algunos sobrinos y hermanos pequeños, casi todos menores de 18 años, así que el porcentaje de niños era muy alto (casi la mitad). No lo podemos calcular exactamente porque en las niñas casi nunca se especificaba cuáles eran las menores, en cambio sí se hace con los varones.
- Me ha sorprendido la abundancia de hijos varones respecto al de niñas

En qué trabajaban

 Unas 34 personas declaran ser jornaleros, otros son sirvientes, labradores (trabajan sus propias tierras), peujareros (trabajan tierras que les ha cedido otra persona como pago a su trabajo), varios zapateros de viejo, etc. Al fin y al cabo todos trabajaban también en el campo, ya que, aunque poseían algún oficio, necesitaban unos 
ingresos extra para poder sobrevivir. Sólo D. Alfonso José de Baldelomar (alcalde mayor; foto de su firma) podía vivir del sueldo que percibía por ser administrador de los bienes del conde: unos 200 ducados anuales. Algunos oficios ejercidos en Villardompardo y su remuneración anual eran:
-        Pedro Calahorro: ministro ordinario, le pagaba el concejo 100 reales.
-        José Sánchez Valenzuela: maestro albañil, el concejo le cedió dos fanegas en la Cruz de Arjona.
-        Fernando Cazalilla (no Calzadilla): abastecedor del vino, vinagre y aguardiente, ganaría  unos 600 reales de vellón al año.
-        Pedro de Ortiz: maestro de albéitar  (veterinario que aprendió de otro), herrador y estanquero, por lo  que ganaría unos 360 reales de vellón al año.
-        Juan Alonso Ponce Ubal: fiel de “Fechos”, cobraba por diferentes conceptos unos 701 reales de vellón al año.
-        Simón Fernández: maestro aladrero (carpintero que fabricaba aperos de labranza) y cuida el reloj, por lo que le pagan 110 reales al año. También era fiel de tercia y cobraba por ello 267 reales al año.
-        Martín Domínguez: cirujano sangrador y barbero, ganaría 1058 R/año.
-        Francisco Becerra: panadero, ganará 700 reales al año.
-        Francisco Sabalete: santero de la Virgen de Atocha.
-        Agustina Morales: santera de San Antonio de Padua.
-    Manuel de Oca: sacristán mayor; por su oficio recibía 132 reales al año y 220 reales por “emolumentor” de entierros, además de 12 fanegas de trigo, todo pagado por la Fábrica de la Iglesia*
-        Salvador García: sacristán menor, cobraba 66 reales al año y 6 F de trigo, todo pagado por la Fábrica de la Iglesia. También era fiel de tercia y cobraba otros 267 reales al año (los dos “Fieles de Tercia” recaudaban los diezmos para la iglesia)
La Fábrica de la Iglesia*: era una institución que poseía tierras y casas. Con los beneficios que obtenía de ellas, pagaba todos los gastos para la mantención de la Iglesia y de las personas que trabajaban en ella, además de obras y reparaciones del templo.

a) PROPIEDADES DE LEGOS

TIERRAS
En las declaraciones individuales hay:
-        59 declarantes que no poseen ninguna parcela de tierra.
-        16 declarantes con menos de una fanegas
-        25 declarantes  entre 1 y 5 fanegas.
-        3 declarantes entre 5 y 10 fanegas
-        4 declarantes entre 10 y 20 fanegas.
-        4 declarantes con más de 20 fanegas.
Estos últimos eran:
-        Juan Ruiz de Hijosa: con 59 F y 6 cel (12 F eran improductivas).
-        D. Juan de Aguilar: con 25 F y 6 cel.
-        Alfonso José de Baldelomar: con 47 F
-        Dª Juana María de Contreras (viuda): con 20 F y 3 cel.
En total, los habitantes del pueblo no eclesiásticos, declaran poseer 212 F y 6 cel (el 7,57 % del término) en parcelas muy repartidas, muchas son de olivos, en los lugares de San Antonio, Ruimesa, Baldespeja y la Corona, con un total de  2432 olivos. Casi todas las parcelas pagaban un censo (impuesto) al conde o a alguna institución de la Iglesia.
Había algunas personas con tierra arrendada, sobre todo a instituciones religiosas. Los grandes arrendatarios eran:
-        Miguel de Ortega: con 18 F propiedad de Lorenzo de Zafra, presbítero de Jaén.
-        Lázaro de Zafra: con 66 F propiedad de José Navarro, presbítero de Jaén.
-        D. Juan Alonso Ponce Ubal: con 23 F propiedad de varias instituciones eclesiásticas, como el Colegio de la catedral de Jaén (de ahí el nombre del paraje “El Colegio”).
 Todos los arrendamientos suman 148 F y 3 cel.

GANADO
 Algunas personas declaran mucho ganado de labor y de otros tipos, sobre todo los grandes propietarios y arrendatarios. Eran abundantes los bueyes, vacas, jumentos y sobre todo cerdos. El número de yeguas era mucho más escaso.
Estas personas son:
-Isabel Colomo, Miguel de Ortega, Lázaro de Zafra, Miguel de Rísquez, Manuel de Moya, Alonso Ponce Ubal y Dª. Juana María de Contreras, entre otros.
 También se declaran grandes rebaños de ovejas como:
Juan de la Cámara con 161 ovejas, Cristóbal de Cárdenas con 450 ovejas y 40 carneros o Miguel de la Cámara con 40 ovejas. Curiosamente las ovejas no eran demasiado apreciadas por sufrir ataques de lobos y otras alimañas.
 También se declaran siete colmenas: tres de D. Pedro de Murcia, dos de Isabel Colomo, una de Juan León y otra de Manuel Garrido.
 Lógicamente casi todos los declarantes con ganado poseen grandes casas con amplios corrales.

b) PROPIEDADES DEL CONDE DE VILLARDOMPARDO EN EL TÉRMINO MUNICIPAL

TIERRAS
El conde poseía en el término de la localidad, un total de 51 parcelas (algunas muy grandes). Muchas hacían límite con el término de Escañuela o Jaén (Torredelcampo no era independiente) y también con el Salado y alrededores del cortijo “del Conde”. Las parcelas las podemos desglosar en:
 - 46 parcelas de campiña. En total 790 fanegas y 9 celemines.
 - 3 parcelas de olivar. En total 11 fanegas con 496 olivos (por la Corona)
 - 2 parcelas destinadas a alcárcel y hortalizas. En total 5 fanegas y 10 cel.
Buena parte de las tierras las tenía arrendadas a gente del pueblo, que les pagaban en especie: pollos, gallinas, trigo y carretas de paja.

    TOTAL DE TIERRAS: 807 fanegas y 6 celemines. El 29% del término.

 c) PROPIEDADES DEL CONCEJO EN VILLARDOMPARDO

 TIERRAS

El concejo poseía en el término municipal las siguientes propiedades:
 - La Dehesa Rasa y la Dehesa de la Carnicería con 104 fanegas y 379 fanegas respectivamente, ya hablamos de ellas en el capítulo anterior.
 - Los Yesares con 55 fanegas, infructíferas, con cientos de encinas pequeñas.
- 32 Fanegas en el ruedo del pueblo, que están roturadas  en seis parcelas que cede a diferentes empleados del concejo (relojero, albañil, cirujano sangrador…para ayudarles en su manutención)
TOTAL DE TIERRAS: 570 F y 6 cel. (el 20,3% del término)
GASTOS DEL CONCEJO: Especificados en el anterior capítulo

d) PROPIEDADES DE FORASTEROS

 TIERRAS

    Declaran un total de 32 personas que residen fuera de Villardompardo. La mayoría eran vecinos de Jaén, aunque hay algunos de Torredonjimeno, Porcuna, El Carpio, Arjona y algún sitio más.
 Algunos son grandes propietarios como:
- Los hijos de Bernardo de Aguilar: con 68 fanegas y 3 cel.
- D. Diego Garrido Espiga: con 71 fanegas y 7 cel distribuidas en muchas parcelas en ambos casos. Los dos eran vecinos de Jaén.
 También había grandes arrendatarios como:
- D. Agustín Mondragón, de Jaén: con 30 F en el Cerro Pelado (en una sola parcela) propiedad del Cabildo Catedralicio de Jaén.
- Agustín de Uribe, de Jaén: con 63 F y 2 cel. (en 13 parcelas) propiedad de la Fábrica de la Iglesia de Villardompardo.
- D. Pedro Morales Vigil, de Torredonjimeno: con 13 F y 2 cel. (en 11 parcelas) propiedad de la Obra Pía de Ntro. Padre Jesús de Bujalance.
En TOTAL los forasteros poseían propias 249 F y 5 cel, (casi el 9% del término) en estas parcelas se encontraban la mayor parte de los olivos del término, 3297 olivos.

2.-DECLARACIÓN DE ECLESIÁSTICOS
 La entrevista con ellos comenzó el 24 de Octubre de 1751, en ella declararon 26 instituciones y personas relacionadas con la iglesia.

TIERRAS
Entre los grandes propietarios destacaban:
- En primer lugar el Cabildo de la Santa Catedral de Jaén: con 123 fanegas.
- Seguido  del Convento de las Monjas de Santa Clara de Jaén: con 91 F (de ahí el nombre  de   “La Renta las Monjas”)
- D. José Navarro, presbítero de Jaén: con 69 F
- La  Fábrica de la Iglesia Parroquial de Villardompardo: con 63 F
Aparece un gran arrendatario, D. Cristóbal Ubal, presbítero de Jaén: con 148 fanegas propiedad de varias instituciones eclesiásticas.
 La institución que más olivos poseía era “La Obra Pía de Ntro. Padre Jesús de Bujalance”, 11 parcelas ocupadas por 697 olivos, casi todos por la “Corona”
Entre todos declaran unas 89 parcelas con una extensión de 564 F y 1,5 cel (el 20 % del término). De éstas, 60 son de campiña y 29 de olivares, todos en las zonas que ya se han especificado, con más de 2400 pies de olivo.

ASPECTO DE VILLARDOMPARDO EN 1751

Cómo se ha elaborado el plano adjunto
La base para la elaboración del plano de 1751, ha sido la declaración que cada vecino hizo de sus posesiones, en especial de cada una de sus casas y de los abundantes corralones y cercados.
Cada uno declaraba en qué calle se encontraba su propiedad, que anchura tenía, qué profundidad, las estancias que poseía: cocinas, cámaras, corrales, cuadras, tinados (colgadizo para el ganado vacuno), sótanos, pajares y hasta pozos. Lo más importante para elaborar el plano ha sido la declaración de los linderos de cada casa.
Para hacerlo ha sido necesario solicitar al catastro una copia del plano actual e integral del pueblo, ya que en la página que se ha utilizado: “sede electrónica del catastro” y que todo el mundo puede consultar, sólo te permite trabajar con pequeñas porciones ampliadas del mismo.
Una vez que estaban dibujados los  contornos de las casas antiguas sobre esa porción del plano (en cada trozo cabían tres o cuatro casas, como en la imagen adjunta) eran enviadas a Emilio Gay, que poseía el plano total (solicitado al catastro) de Villardompardo, y sobre él se dibujaban con diferentes colores, el contorno de las casas enviadas, así que agradezco a Emilio su inestimable ayuda.

Dificultades encontradas
Las dificultades para elaborar el plano han sido múltiples. En primer lugar las casas no estaban numeradas, y cuando una persona declaraba la suya, sólo decía en qué calle se encontraba y cuáles eran sus vecinos, por arriba y por abajo, pero no se decía de qué acera. Ésto ha sido lo que más ha dificultado su elaboración. La única forma de averiguar la fila de casas, ha sido localizar las que ocupaban las esquinas y avanzar con los linderos de cada solar hasta llegar a la otra esquina, pero para dificultar aún más el asunto, hay casos en los que simplemente se decía “limita con la callejuela que va al ejido” y deducir de qué ejido se trataba.
 Ha sido muy difícil elaborar algunos tramos de casas, así que en el plano adjunto, hay aceras donde el error puede ser alto, que son todas las señaladas con una línea roja. Otras donde la duda es menor, señaladas con línea amarilla, y por último hay filas de casas donde hay una alta probabilidad de que realmente estuviesen así, señaladas con línea verde.
Algo que ha facilitado la elaboración del plano ha sido la medida del frente y fondo de cada casa, que se incluía en la declaración. Se hacía en varas (una vara equivale a 0,836 m). Cada casa se consideraba un cuadrilátero sin irregularidades, cuando lo más normal es que las tuviera. Al transformar las varas en metros y trasladar dicha medida al plano actual, vemos como aquellas casas eran de una extensión muy superior a las actuales. Cada solar ocupaba dos, tres e incluso más casas de ahora. A veces el encaje es perfecto, es decir, la medida de un solar equivale, tanto en el frente como en la profundidad, con un número exacto de casas actuales, pero en otros casos ese encaje no es perfecto y se ha tendido a redondear hasta que todo ha cuadrado lo mejor posible.
También ha servido de gran ayuda guiarse por los solares actuales y comprobar qué líneas de corrales parecen formar un conjunto común. A veces se ve muy bien, pero en otras ocasiones hay que echarle imaginación.

CASAS DE LOS HABITANTES DEL PUEBLO
Como dijimos en el anterior capítulo, en esta villa había 124 casas con el palacio del Señor Conde de esta villa, de ellas, veinticinco estaban arruinadas, inhabitables, y algunas son solares cercados donde los vecinos siembran.
Las calles que se nombran son:
- C/ Pajarejos (sólo vivía el nº 1 de la lista, no era la C/ Pajarejos actual)
- C/ Arrabal: Avda de Andalucia y Arjona.
- C/ del Hospital: actual C/ Atocha
- C/ del Llano: actual Virgen de la Cabeza
- C/ Parral: actual San Francisco de Asís
- C/ Ancha o Calancha
- C/ de la Plaza: actual Los Molinos
- Plaza pública
- C/ Valondo: actual Capitán Ortega Gallo

- Callejuela que va a la calle del Llano: actual C/ Herrería
- Callejuela Mari Díaz: actual C/ Madre de Dios
- Callejuela del Horno: actual C/ Porcuna
La distribución del número de casas que se declaran y por calles, se representa en este cuadro:
CALLELEGOSFORASTEROSECLESIÁSTICOSCONDE
Pajarejos1





Hospital1

1 corral y ermita1 mesón
Arrabal39+1corral5+1 tinado1

Llano83+2 solares4

Parral9





Plaza Pu.1





La Plaza13+1 solar



Ancha111+1 corral



Valondo521+ 1 tercia

C. Horno





1 Horno
    Falta el castillo, el granero,  los dos molinos del conde y una ermita: La de San Antonio de Padua. Todos extramuros excepto el granero.
    Entre todos los legos declaran poseer 76 casas. Los que no declaran casa alguna es porque viven de alquiler o con otras familias, pero no se dice a quiénes se las tenían alquiladas o con quién vivían.
    Más de la mitad de los hogares estaban en la calle Arrabal (Avda. de Andalucía y C/ Arjona), eran los más pequeños y humildes, aunque había excepciones como ahora veremos.
    Bastantes propietarios pagaban al conde un censo (impuesto) por la casa, o a alguna institución religiosa del pueblo o de fuera del pueblo.
    Como hemos dicho antes, las casas eran más anchas que las actuales, algunas ocupaban dimensiones enormes como:
Alfonso José de Baldelomar poseía una casa en la C/ El Parral de 11x32 varas (9,2x27 metros) (Foto 1)
 Rosa de Contreras declara una gran casa en la calle Arrabal de 56x16 varas (46x13 metros) hacía linde por la parte de arriba con la callejuela del Horno (Foto 2)
Juan Alonso Ponce Ubal declara otra gran casa en la Plaza de 36x48 varas (Foto 3)
 Dª Juana María de Contreras declara una casa en la calle Valondo
que hacía linde por la parte de arriba con la callejuela Mari Díaz (Madre de Dios) de 14x55 Varas (11,7x46 m) y su lateral incluía hasta la tienda de Justa. Sólo esta casa en el pueblo, tenía salas en la primera planta y cámaras por encima (eran las dos casas de los cuatro balcones actuales de la última foto).
    Casi todas las demás tenían dos plantas. En la planta baja había un portal con una o dos estancias a los lados, en el siguiente cuerpo se
encontraba la cocina, donde estaba la chimenea, y en la primera planta había una o dos cámaras donde se guardaba el grano (la verdad es que no eran muy distintas a las que hemos conocido en los años 60, 70 o incluso en los 80). Muchas casas tenían un sótano donde guardaban la cosecha de aceite en pilones, y también tenían orzas con diferentes tipos de conservas. Algunas casas tienen una anchura tan grande, que pienso que no todo era fachada, sino que una buena parte sería tapia del corral que daría a la misma calle, este caso está confirmado en la casa de Rosa de Contreras (foto 2) en la Calle Arrabal, en el resto no se especifica de manera clara. También había algunas casas chamizas de una sola planta.
 CASAS DEL CONDE (transcripción literal según consta en el libro de Legos)
CASTILLO-PALACIO: Tiene el citado conde, unas casas palacio extramuros de la villa, que se componen de treinta y seis varas de frente (casi coincide con las medidas actuales) y las mismas de fondo, con un patio, salón con dos cuartos, caballeriza seguida, cocina y sótano en bajo.
Segundo cuerpo: un corredor, galería con ocho cuartos, cocina y otras dos separadas, una sala y oratorio (en la foto podemos ver los límites de los entresuelos).
Tercer cuerpo: tres cuartos, dos torres y en ellas tres cuartos, dos “pajeras” y sobre ellas tres cuartos y varios retretes, está mucho de él inhabitable, están también un cuarto que sirve de cárcel y otro de pósito. Si se alquilase se obtendría una renta de cincuenta ducados anuales, y dista del pueblo veinte varas.

GRANERO: Tiene el conde unas casas bodega en el Campillo. Se compone de dos naves y encima de ellas un granero, tiene varias tinajas para encerrar la cosecha de aceite de dicho conde. Tiene 22 varas de frente y 11 de fondo (18,5 x 9,25 m) lindaba con el ejido del Campillo. Aún se conserva el suelo de losas y el entresuelo de palos muy gruesos, en algunas cocheras de ese lugar (foto del margen)
MESÓN: tiene unas casas Mesón situadas en la calle del Hospital (Calle Virgen de Atocha) con su cocina, dos cámaras y pajar en alto, un cuarto en bajo y caballeriza, con 22 varas de frente y 14 de fondo, linda con la parte de abajo con el ejido del llano.
HORNO: tiene el conde una casa horno en la callejuela del horno, con su corral, y tiene 21 varas de frente y ocho de fondo, lindaba por la parte de arriba con la calle Ancha (sin duda es la casa de la familia Lanagrán, donde están los dos bares)
MOLINO PARA SU COSECHA: tiene unas casas Molinos de aceite extramuros, que distará de ella como treinta varas, con dos piedras y cuatro vigas que solamente se ocupa de moler la aceituna de dicho conde, es de 55 varas de frente y 20 de fondo. (46x16,7 m). Aún se conserva la pared posterior de piedra.
MOLINO PARA EL RESTO DEL PUEBLO: tiene otras casas molino situadas en el ejido de la Fuente (en el pilar) que dista de esta población unas treinta varas, con dos piedras y cuatro vigas, donde se muele la aceituna de los vecinos, y tiene 28 varas de frente y 16 de fondo (este molino estaba enfrente del anterior y contiguo al pilar, ver plano) (23,5x13,5 m)
CASAS DEL CONCEJO
    El concejo no poseía carnicería ni ayuntamiento, ya que la obra se encontraba “en alberca” (sin tejados), tampoco pósito ni cárcel, así que algunas estancias del castillo se utilizaban para ello.
CASAS DE FORASTEROS
    Declaran ser propietarios de 16 casas distribuidas por las calles de la Plaza, Valondo, Llano y Arrabal. Algunas eran de grandes dimensiones. Algunos casos curiosos son:
- D. Diego Garrido Espiga declara una en la C/ La Plaza (actual C/ Los Molinos) que hacia linde con el granero por la parte de atrás, y medía 53x42 varas  (44x35 m) (casas recuadradas en la foto)
- Francisco de Torres poseía una casa al final de la C/ la Plaza, que limitaba con el ejido del Pilar, con 62x29 varas (52x24 m)
- Pedro de Armenteros declara una casa en calle Valondo que limitaba por la parte de arriba con la plaza, medía 16x 28 varas (13,4x23,4 m)
 Hay otros casos pero menos llamativos.
CASAS DE ECLESIÁSTICOS E INSTITUCIONES DE LA IGLESIA
    Declaran ser propietarios de 8 casas. Cuatro de ellas en la C/ del llano. En una de ellas vivía el  sacristán mayor que la tenía alquilada.
Destaca la casa de D. Cristóbal Ubal en la calle Valondo que hacía esquina con la callejuela “Mari Díaz”, con unas dimensiones de 22,5 x 43,5 metros donde guardaba la gran cantidad de ganado de labor que poseía (ocupaba las dos casas de la foto, hoy desaparecidas)
La catedral de Jaén tenía en la misma calle otra casa llamada “La tercia del pan decimal” donde los agricultores pagaban los diezmos y las primicias a la iglesia. Allí trabajaban, en época de cosecha, los dos fieles de tercia de los que ya hemos hablado: Salvador García, sacristán menor, y Simón Fernández, aladrero (casa recuadrada).

Debido a la poca altura de todas las casas, desde las afueras, debería destacar mucho la altura del castillo, que tenía cuatro plantas, y la iglesia. Sus respectivas torres serían un referente desde los campos de alrededor
Los corrales eran muy grandes, allí estaban las cuadras, los tinados, pajares y una extensión de terreno bastante importante donde los propietarios sembraban sus habas, alcauciles, garbanzos etc. Debemos tener en cuenta que los alrededores del pueblo eran propiedad del ayuntamiento y no se podían sembrar a no ser que las tuvieran arrendadas o cedidas por el concejo.
Algo que también llama mucho la atención es la cantidad de corrales, corralones y solares que había en el pueblo, entre las casas, sin duda serían una consecuencia del despoblamiento que experimentó Villardompardo en este siglo. Hoy en día estamos viendo algunos casos parecidos.
Las calles eran terrizas, así que en temporada de lluvias sería muy difícil el tránsito de personas por las mismas, pensemos que las pisadas de los animales en el barro lo complicarían mucho. Hasta finales del siglo XIX no se dará la orden de que cada vecino empedrara la parte de calle que le correspondía. La plaza, llamada simplemente “Plaza Pública” no era totalmente plana, hacía una suave rampa desde la actual calle “Capitán Ortega Gallo” hasta la calle “Los Molinos”, habrá que esperar hasta finales del siglo XIX para que el ayuntamiento ofrezca una pequeña cantidad de dinero a cada vecino que trajera un serón de tierra para allanarla. Tampoco se habla de ningún tipo de alumbrado nocturno.
Aún no existía el cementerio de la Virgen de Atocha, así que los difuntos se seguían enterrando en el interior de la iglesia. Ésto no cambiará hasta que Carlos III, mediante una Real Cédula ratificada en 1787, prohíba el enterramiento de los fieles en el interior de los templos y obligue a construir cementerios en las afueras de los pueblos, preferiblemente cerca de ermitas que sirviesen como capilla. De esta forma se intentaban evitar los malos olores en el interior de las iglesias y el continuo movimiento de tierras. De todas formas la gente se resistía a sepultar a sus difuntos fuera de ellas, y no será hasta principios del siglo XIX cuando se construyan los primeros cementerios en las localidades. Es muy posible que a principios de ese siglo,  se construyera el cementerio de la Virgen de Atocha en el corral que veis en el plano, y que pertenecía a la ermita. Este cementerio no tardará muchos años en ser trasladado al  que muchos hemos conocido como “Cementerio Viejo”, seguramente en la segunda mitad del siglo XIX, muy posiblemente la causa del traslado sería la cercanía al casco urbano y los malos olores. La elección del nuevo lugar sería sencilla: cerca de la otra ermita del pueblo; San Antonio de Padua (mirar su ubicación en el plano)
Como podemos observar, la sociedad de Villardompardo responde al típico modelo del Antiguo Régimen, donde el bien más preciado, la tierra, estaba en manos del Señor Conde, las instituciones eclesiásticas, el concejo, y en un porcentaje menor, de forasteros. El pueblo apenas tenía el 7,5 % del terreno y además en parcelas muy pequeñas.
Tendremos que esperar hasta las grandes desamortizaciones del siglo XIX y la supresión de los señoríos y mayorazgos en 1837, para poner en venta todas esas tierras y comenzar una reactivación de la economía,  con el consiguiente aumento de la población…. pero ésto será otra historia.
FUENTES CONSULTADAS: CASI TODAS PRESENTES EN EL ARCHIVO HISTÓRICO PROVINCIAL DE JAÉN
● Libro 7988
● Libro 7989
● Libro maestro de legos 7990
● Libro maestro de eclesiásticos 7986
● Algunas actas capitulares del siglo XIX del ayuntamiento de Villardompardo, para la parte referente a las calles, plazas y cementerios (sólo las actas ORIGINALES)
● Fotos: Todas del autor excepto la del cementerio viejo, prestada por Juanita Torres (D.E.P.)