VILLARDOMPARDO, EPIDEMIAS Y ERMITAS
A lo largo de la historia se han producido
diferentes brotes de peste que en algunos casos han cambiado su curso de manera
importante. Uno de los más conocidos fue la “Peste de Justiniano” (541-549) que
afectó al Imperio Romano de Oriente (con capital en Constantinopla) provocando
un altísimo porcentaje de fallecimientos, difícil de calcular a día de hoy.
Pero sin duda, el brote más conocido de esta epidemia aparece a finales de la Edad
Media y tuvo unas consecuencias devastadoras para la población y la economía
europea. En 1348 la enfermedad entró a través de los puertos del Mar Negro y se
extendió con gran rapidez por Europa, afectando a casi todo su territorio. El
porcentaje de muertes fue muy alto, todavía no se ponen de acuerdo los
historiadores en cuál pudo ser, se habla de un 40%, 50% o incluso hasta de un
60%; de todas formas marcó un antes y un después en la historia del continente.
A este brote le siguieron otros con desigual incidencia y menos virulencia a lo
largo de los siglos.
En el ayuntamiento de Villardompardo no poseemos actas
capitulares anteriores a 1592, que es donde mejor se reflejan las incidencias
de plagas y epidemias en la población, aunque sí tenemos libros sacramentales
en el archivo parroquial desde 1565, pero en
ellos tampoco hemos encontrado ninguna mención significativa de epidemias
u otras calamidades durante el siglo XVI.
Existe mucha información sobre los diferentes brotes
de peste en la provincia de Jaén. Están bien documentadas las epidemias de
1602, 1649, 1681, y algunas de ellas también las encontramos reflejadas en los
archivos municipales de Villardompardo.
Según se dice en el artículo escrito por Dª María
Antonia Bel Bravo, de la Universidad de Jaén, titulado “La Religiosidad Asistencial
en el Jaén del Siglo XVII”, en Julio de 1602 se cierra la ciudad de Jaén por la
proximidad de casos de peste en la cercana localidad de Villardompardo.
En
el cabildo del 8 de enero de 1600,
se llegó a varios acuerdos bastante curiosos, por ejemplo: se ordenó que la
puerta del hospital, que se había puesto en la Calancha (así viene escrito en
los archivos), sea devuelta a su lugar por haber cesado el motivo que provocó
el cambio. Es decir, la puerta del Hospital (hospedería) situado en la calle de
Atocha, fue colocada en la calle Ancha para evitar el paso de personas
contagiadas al interior del pueblo. Cuando cesaron los contagios, se ordenó que
dicha puerta fuese colocada de nuevo en su lugar de origen.
Esta
decisión de retirar la puerta fue tomada con demasiada prisa, ya que en el
cabildo del 29 de junio de 1600 se declara abiertamente una epidemia de
peste en la localidad. Debido a ello, se endurecen las penas a toda persona que
no cumplan las medidas que el ayuntamiento había dictaminado. Sólo se deja la
puerta del castillo para la entrada y salida de transeúntes. No debemos
entender como “puerta del castillo” la de la fortaleza, sino alguna otra que
existiría y serviría de entrada al pueblo, eso sí, muy cerca del castillo.
palacio” (seguramente se refiere a la actual Plaza del Castillo, foto) había quedado fuera de la cerca, por lo que se ordenó levantar una tapia para que dicha casa quedara dentro.
Como
vemos, la medida más común para evitar los contagios era cercar los pueblos que
carecían de murallas como el nuestro, y dejar algunas puertas para controlar la
circulación de personas. Un pueblo pequeño y pobre como era Villardompardo, no
podía permitirse el lujo de levantar murallas de piedra, así que la cerca se
reducía a unas tapias que cerraban las calles que daban al campo y se colocaban
puertas en algunas de ellas, en este caso sólo dos, las demás calles estarían
totalmente cerradas al exterior. Las tapias de los corrales que daban a las
afueras servían asimismo de cerca, y se penalizaba a los vecinos que permitían
el paso de personas forasteras saltando las paredes de dichas casas.
En el mismo artículo de Dª María Antonia Bel Bravo, también
se menciona un segundo contagio de peste en 1649, que afectó de forma
gravísima a la ciudad de Sevilla y, cerca de nuestra localidad, también a
Torredonjimeno. No tenemos actas capitulares desde 1610 hasta 1674 en el
Archivo Municipal de Villardompardo, así que no sabemos la incidencia real de
ese brote en aquel año, pero seguro que nos afectó, por la estrecha relación
que existía entre ambos pueblos.
También se habla en ese mismo artículo de otro brote
de peste en febrero de 1681, pero en este caso en la localidad de Baeza.
Jaén toma medidas para evitar el contagio y al mismo tiempo ofrece todas las
ayudas necesarias a Baeza, cosa que esta última ciudad agradece a Jaén.
Al año siguiente se hace
mención de este brote en las actas capitulares del Archivo de Villardompardo,
ya que el 29 de Junio de 1682 viene
al ayuntamiento el juez D. Juan Bravo de Rivera con una carta del señor Conde,
por la que se debían tomar todas las medidas necesarias para evitar el
“contagio” en la localidad. Parece ser que había que tener especial cuidado con
las personas procedentes de Martos, Torredonjimeno y Jamilena, donde se habrían
declarado algunos casos de la enfermedad. Para ello se ponen guardias en la
entrada de la calle Ancha (Calancha), por donde pasaban los forasteros que
venían con sus productos para comerciar en Villardompardo, y en el “postigo” que
comunicaba el palacio con la calle del Hospital y ermita de Nuestra Señora de
Atocha, donde últimamente se estaban administrando los Santos Sacramentos por
encontrarse en obras la iglesia parroquial (es la primera noticia que tenemos
de una obra en la iglesia de Villardompardo)
La desolación y desesperación que provocaban las epidemias en la
población, era la causa de que las personas se encomendasen a Dios o a la
intercesión de algunos Santos relacionados con dichas plagas. Desde muy antiguo
era frecuente encomendarse a San Sebastián, uno de los primeros mártires
cristianos (Narbona en el
256 d.C. y muere en Roma en el 288 d.C.) y más tarde también a San Roque
(nacido en Montpellier hacia 1295 y muerto en Lombardía hacia 1348, hay muchas
dudas en estas fechas). Durante los siglos XIV, XV, XVI y XVII, las poblaciones
se encomendaban frecuentemente a estos dos Santos para evitar o minimizar los
efectos de las epidemias, sobre todo la Peste, la más temida y mortal. En
muchos pueblos y ciudades se levantaron numerosas ermitas bajo su advocación,
normalmente al borde de los caminos que daban entrada a los pueblos, de esa forma
se intentaba limitar de alguna forma la entrada del mal.
En Villardompardo tenemos documentadas la existencia de esas dos ermitas bajo la advocación de cada uno de los Santos. La de San Roque existe hoy en día y en perfecto estado de conservación, gracias a la preocupación de sus actuales propietarios por su restauración. En cambio, la de San Sebastián se perdió hace muchos siglos y apenas tenemos referencias de ella, pero es posible que hayamos encontrado su ubicación exacta gracias a lo que recuerda una persona mayor sobre lo que podrían ser sus restos. Pero antes debemos comenzar desde el principio.
Son muy pocas las referencias que aparecen sobre
Villardompardo tras su conquista. En el libro titulado “Aldeas y Cortijos
Medievales de Jaén” de Eva María Alcázar Hernández, nos dice en su página 160
que Villardompardo aparece en 1311
como una parroquia incluida en el término del Arciprestazgo de Jaén. Es lógico
pensar que tras la conquista de una población, por pequeña que fuese,
necesitara un lugar de culto cristiano para los nuevos colonos.
del Atocha y Santo Antonio de Padua (foto), todo ello referente a ese año de 1511. La actual parroquia de “Nuestra Señora de Gracia” no aparece, ya que en ese año aún no se había construido. Como sabéis, en la clave de la bóveda de crucería del baptisterio de dicha parroquia aparece la fecha de 1545. De todas formas, no podemos asegurar si existía un edificio anterior en el mismo lugar de la actual parroquia, pero en el listado al que hemos hecho referencia no aparece nada.
D. Francisco Juan Martínez Rojas, me ha facilitado
una serie de datos muy valiosos para esclarecer, o por lo menos acotar, el tiempo
en el que se construyen otras ermitas en Villardompardo durante el siglo XVI, y
que al menos dos de ellas estuvieron relacionadas con los diferentes brotes
epidémicos durante ese siglo. Resulta que en 1589 el obispo de Jaén D.
Francisco Sarmiento de Mendoza, envía un informe al Papa Sixto V con todas las
ermitas existentes en cada municipio de la diócesis. Desde 1585 el Vaticano
implantó la obligación a los obispos de mandar dicho informe cada cinco años.
En el informe de 1589 referente a Villardompardo, aparecen cinco ermitas,
además de la Iglesia Parroquial. Estas son: Santa María de Atocha, San Antonio
de Padua, San Roque, San Cristóbal y San Sebastián. Está muy claro que las tres
últimas fueron construidas entre 1511 y 1589, porque las dos primeras ya
existían antes de 1511. La suerte que corrió cada una de ellas fue muy
distinta.
La de Nuestra Señora de Atocha ha sido sin duda alguna la más importante y quizá
la más antigua del pueblo. Se habla de ella en muchas ocasiones, tanto en
documentos eclesiásticos como en los del ayuntamiento. Ya se han publicado
artículos sobre la misma que podéis encontrar en este blog (el 28 de septiembre
de 2014). Hoy sigue existiendo en perfecto estado de conservación, donde se
rinde culto a la Virgen de Atocha y es uno de los rincones más típicos y
entrañables del pueblo.
La ermita de San Antonio de Padua existió al menos desde 1511. Durante varios siglos
tuvo un papel importantísimo, ya que fue la sede de la antigua Cofradía de la
Santa Vera Cruz, encargada de organizar las procesiones de Semana Santa durante
siglos. En 1775 tenemos las últimas noticias del edificio y tal vez ya no
existiese a principios del siglo XIX. Su ubicación está bien localizada, se
encontraba a unos cincuenta metros del comienzo del Camino del Conde, en el
margen derecho según nos alejamos del pueblo. También podéis encontrar dos
artículos sobre la misma y la Cofradía de la Santa Vera Cruz de Villardompardo
en este mismo blog, publicados el 14 de abril y el 8 de mayo de 2019
De la ermita de San Cristóbal sólo tenemos la referencia del informe de 1589. No
se ha encontrado hasta ahora ningún otro documento donde se haga mención de
ella, aunque su ubicación no parece difícil, ya que en el Cerro San Cristóbal
había un rectángulo de unos 4 x 3 metros, o incluso menos, donde se había
alisado la roca para allanar el suelo de la ermita. Uno de sus laterales
también se podía apreciar, porque se había rebajado la piedra para nivelar el
terreno. Se encontraba en la parte alta del cerro y hoy en día sus escasos
restos están enterrados por un relleno de tierra que se hizo hace pocos años.
En el Catastro del
Marqués de la Ensenada (1751), dónde se declaran todas las edificaciones del
casco urbano y extramuros de la localidad, no se habla de ella, pero sí de las
ermitas de la Virgen de Atocha y San Antonio de Padua, donde incluso vivían
sendos ermitaños acompañados de sus respectivas familias. Así que es casi
seguro que la ermita de San Roque ya estaría en estado ruinoso, y la de San
Cristóbal y San Sebastián igualmente desaparecidas o en ese mismo estado.
Un acontecimiento curioso
ocurrido en 1866, saca de nuevo a la luz la antigua ermita de San Roque. Resulta
que Dª María Dolores Ortega Cámara,
madre de José y Manuel García Ortega, se comprometió a reconstruir la ermita
que se encontraba en ruinas. La causa fue un acontecimiento que les ocurrió a
sus hijos y que ella consideró como milagroso. Tras su reconstrucción, el
pequeño edificio pasó a su propiedad y hoy sigue perteneciendo a sus
descendientes. También se publicó un artículo sobre esta ermita que podréis
leer en este mismo blog (7 de agosto de 2013)
Es la ermita de San
Sebastián la que sin duda me ha motivado para escribir este
artículo. La primera referencia es el ya mencionado informe del obispo enviado
al Vaticano en 1589. Como ya hemos comentado, su construcción oscila entre 1511
y 1589 y seguramente algún brote de peste acontecido en ese periodo, o el miedo
a la enfermedad, sería el motivo de su edificación. El gran problema era averiguar
su ubicación, pero la suerte hizo que nos encontrásemos con el siguiente
párrafo en las actas capitulares de enero de 1601: “se había sacado piedra
de la Hoya Marta y Cantero, junto a San Sebastián, y mandaron que dicha piedra
se trajera a la plaza de la villa y se subaste la obra de la casa consistorial
para que la hiciera el que más bajo pujara”.
En la foto que sigue, os
muestro el contorno que tendría el pueblo en 1589 y la situación de cada una de
las cinco ermitas.
Podemos apreciar lo siguiente:
● Marcado en rojo tenemos el perímetro aproximado de
Villardompardo según el Catastro del Marqués de la Ensenada en 1751. No debería
cambiar mucho con respecto al de 1589, ya que el pueblo tenía incluso menos
habitantes en 1751 que en 1589. Como vemos, el castillo quedaba extramuros.
● Con flecha azul tenemos la ubicación de la ermita
de San Sebastián (1589)
● Con flecha rosa la de San Roque (1589)
● Con flecha naranja la de San Cristóbal (1589)
● Con flecha amarilla la de Nuestra Señora de Atocha
(1589)
● Con flecha verde la de San Antonio de Padua (1589)
Todas extramuros de la localidad.
Como conclusión podríamos decir que, a lo largo de
los siglos, los pueblos han intentado protegerse de las epidemias que aparecían
de forma intermitente de diversas maneras. Una de ellas era aferrarse a sus
creencias religiosas, y la otra al confinamiento y aislamiento de los pueblos
de alrededor.
FUENTES:
-
Artículo escrito por Dª Maria Antonia Bel Bravo, de la Universidad de Jaén,
titulado “La Religiosidad Asistencial en el Jaén del Siglo XVII”,
-
Libro titulado “Aldeas y Cortijos Medievales de Jaén” de Eva María Alcázar
Hernández.
-
Libro titulado “Obispado de Jaén-Baeza, Organización y Economias Diocesanas
(siglos XIII-XVI)” de José Rodríguez Molina.
-
Información aportada por D. Juan Manuel Armenteros Cámara y recopilada por su
hijo Julio Armenteros.
-
Inestimable aportación de D. Francisco Juan Martínez Rojas que no duda en
facilitarnos cualquier información sobre Villardompardo siempre que se le pide.
-
Actas Capitulares de Villardompardo referentes al siglo XVII
Carlos
Ramírez Perea. Enero de 2021